Sentarme a enfrentar al monstruo sepia gigante, sobrecogedor e intimidante.
A la mano, mi única arma. Esta espada de tinta negra, que se abre camino como puede desgarrando cada línea.
Qué tontería es esta de escribir sobre la incapacidad de escribir.
Proponerme, con más ganas que ideas, con más pasión que talento, a crear una ventana con vistas a un sueño.
Sentarme, nuevamente, a esperar a que llegue la luz.
Pasa el tiempo y lo único poético es mi propia imagen. La de un hombre reducido a sus deseos mirando la lluvia que cae fría y calmada… y nada.
No asoma aún esa alegoría a la muerte, esa codificada oda a la alegría, esa canción que alza la voz en contra de las injusticias. Ni siquiera una pequeña reivindicación de las cosas simples. Nada.
Solo vienen palabras que nombran lo sencillo y común. Vaso, fotografía, helado de vainilla, mar, lunar compartido.
Sentarme, y tratar de disimular estas ganas de escribir tu nombre.